(Publicado en Heraldo Escolar, 17 de febrero de 2021)
El profesorado es uno de los colectivos protagonistas de este tiempo de pandemia. Su papel nuclear ha evidenciado la importancia de ser competentes en diversos ámbitos, como las destrezas tecnológicas y el uso de los escenarios no presenciales.
Hemos afrontado grandes desafíos y aunque en un momento pareció que debíamos centrarnos en las pantallas y en cómo manejar tiempos y espacios, en seguida reaccionamos. Nos recordamos a nosotros mismos que debemos mantener las buenas competencias que necesitamos para una buena praxis educativa.
Podríamos llegar a manejarnos tecnológicamente con soltura, pero esto no tendría valor si no nos mostráramos sensibles para comprender las necesidades de alumnado y familias. Dicho de otro modo: la pandemia puso en valor el brillo de las relaciones personales y las convirtió en opciones de aprendizaje y crecimiento. Entre estas capacidades son sustanciales el dominio del lenguaje y las habilidades asociadas a su uso, pues es una herramienta que contribuye a establecer vínculos sólidos y propicia cercanía.
Este tiempo nos envuelve con la sombra de la distancia. Por eso debemos ser capaces de escuchar con atención, con mimo, pues así trasladamos a nuestro interlocutor un mensaje de acogida. Demostramos al alumnado y las familias que nos importan y generamos confianza en el diálogo, siguiendo la enseñanza de P. Freire cuando nos propuso “educarnos en grupo, porque nadie lo sabe todo y nadie lo ignora todo”.
En 1995 Michelle Pfeiffer encarnó en la mediocre “Mentes peligrosas” el personaje de Lou Anne Johnson, una profesora que encuentra en el diálogo y la escucha las claves para estimular a sus chicos. El secreto consiste en hablar, escuchar y apoyarles y encuentra respuestas en un concurso sobre la relación entre Dylan Thomas y Bob Dylan. El premio que obtiene es la curiosidad de su alumnado y el interés por ir más allá del mundo que los aprisiona. Y descubrir que, realmente, no eran tan peligrosas.