Asisto a una tertulia sobre educación en la que profesorado experimentado y leído debate sobre la bondad de la pedagogía, la necesidad de ampliar el acceso a la educación de toda la población y la importancia de mantener “el nivel”. La crítica en seguida vira hacia la idea de que la ley prioriza la universalización de la educación, lo que provoca una rebaja de la “exigencia académica”. El acceso a la educación: ya tenemos culpable.
A todo ello, varios contertulios defienden que hoy en día “se ha eliminado el esfuerzo y responsabilidad del alumnado”, se evita el aprendizaje de conocimientos valiosos, el profesorado no tiene autoridad y el aprendizaje es “esclavo de la diversión”.
Este “estado de las cosas” no es nuevo. Y en ese encuentro me atreví a invitarnos a adecuar el foco de la cuestión. Expresé que no estamos acertados si obviamos que hoy nuestros centros acogen al total de la población entre 12 y 16 años y a gran parte de chicas y chicos entre 16 y 18, así que ya no sirve actuar como cuando se “filtraba” el acceso a la educación.
En demasiadas ocasiones nos referimos al pasado y lo presentamos como modelo a seguir, despreciando las transformaciones sociales. Por ello, propuse que la escuela debe atreverse con el análisis de la sociedad a la que servimos y profundizar en la exploración de modelos formativos en torno a los grandes temas, tal y como sugiere Vázquez Freire: currículo, modelos didácticos, metodologías y evaluación. Por demás, nos sobran los motivos.