“¿De qué escribes?”, me pregunta mi amigo. “De lo (poco) que sé”, le respondo. Y sonríe al decirme: “Tú sí que sabes”. Y de radio en la escuela, sé. Durante 19 años caminó a mi costado, en las laderas de los noventa y en la orilla de la primera década del XXI. Fue luna llena cada día y construyó ecosistemas de comunicación. Le dimos la palabra a la palabra dicha y musicamos la melodía hablada, convencidos como estábamos que sin conversación no hay aprendizaje. Aquella Onda Pispotero, aún viva en mi Alcorisa querida, nos ayudó a interpretar el mundo, el nuestro y cercano, el suyo y lejano y en sus vagones viajamos a través de paisajes orales y escritos. Junto a ella nuestros chicos y chicas supieron del valor de la expresión, de la valía de la comprensión.
Acudo de nuevo a Amparo Tusón porque con ella creo que en el aula tenemos que “trabajar la competencia comunicativa, ayudar a que las criaturas se expresen mejor, que puedan entender lo que se les dice y leer cualquier texto, todo esto desde una perspectiva crítica”. Y en esa apasionante travesía encontramos en la radio a una muy leal compañera. Con ella le damos luz al debate, abrimos el ángulo de la investigación, exploramos vidas próximas y alumbramos el contraste de pareceres. Por estudio, dedicación y experiencia confirmo mi devoción por una herramienta que tiene a la palabra como protagonista, la misma con la que podemos enamorar y engañar y que contribuye a vivir aventuras memorables de aprendizaje compartido.