La educación es una tarea colectiva. Al amparo de esa convicción se ha elaborado lo que se dará en llamar el informe Sahlework, bajo el título ‘Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación’, sucesor del informe Delors.
El eje central merodea la necesidad de preguntarnos cómo nos relacionamos entre nosotros pero también cómo nos relacionamos con el planeta y con la tecnología. En palabras de Sobhi Tawil, coordinador del documento, vivimos una coyuntura marcada por “la degradación medioambiental, el incremento de las inequidades, la regresión de los derechos humanos y el auge de los populismos, la aceleración de la digitalización y la inteligencia/licencia artificial y la incertidumbre del futuro del trabajo”, por lo que es inevitable cuestionarnos “qué debe hacer la educación para dar forma al futuro”.
Próximamente se van a celebrar dos cumbres educativas en París y Nueva York, ambas acomodadas con el buen recibimiento del informe por parte de los docentes de todo el mundo. Y en ello se apoya Tawil, quien ratifica una idea que mis amigos y yo llevamos muchos años defendiendo: es un error presentar la innovación como un cambio radical y transmitir a los docentes el mensaje de que lo que han estado haciendo en los últimos veinte años no valía para nada. Y añado: la transformación no parte de cero, sino de la propia realidad y del análisis de lo que hacemos bien y de lo que necesita una mejora. Y todo ello como un proyecto común.