(Publicado en Heraldo Escolar el 18 de mayo de 2016)
En el consciente colectivo educativo se ha instalado con inusitada fuerza una idea: la escuela debe trabajar por la mejora del rendimiento y para ello debemos buscar nuevas formas de aprendizaje. Bajo esa premisa surgen marejadas formativas al margen de los sistemas educativos que procuran respuestas no siempre bien asumidas por las comunidades escolares. De un lado porque los interrogantes que nublan nuestro ser educativo no siempre se plantean de modo adecuado; de otro porque en demasiadas ocasiones lo son en contextos confusos y a veces pertinentes.
Hace unas semanas en un encuentro de educadores muy vinculados con la innovación planteamos una reflexión. Se pedía que expresasen el grado de conocimiento y de aplicación en su práctica educativa de varias metodologías y conceptos que actualmente consideramos relevantes. Las respuestas nos indicaron que el camino no nos lleva necesariamente al territorio de las charlas repletas de decálogos tan de moda hoy en día, sino más bien a entender que el verdadero “coaching” consiste en aprender juntos, con iguales y con objetivos compartidos.
La proliferación de tutoriales, charlas TED y demás modelos de encuentro no dejan el poso necesario para consolidar iniciativas positivas. Y cuando vivimos conectados a una permanente red de información sin filtros corremos ciertos riesgos, como aceptar que todo lo que llega a nosotros es válido y debe ser tenido en consideración.
Si para llegar al alma y la mente del alumnado tenemos que apostar por la emoción como argumento educativo parece razonable aceptar que el profesorado debe educarse en su manejo. Por tanto, más importante parece que los centros educativos deban contar con profesionales altamente hábiles en relaciones interpersonales y portadores de valores como la sensibilidad social, el compromiso con la comunidad, la capacidad de comunicación y la vocación de convivencia. Si ni las facultades, ni los sistemas de formación ni siquiera el modelo de acceso a la profesión son contextos que contribuyan a ello, será que de las fuentes de nuestro aprendizaje no brota el agua que necesitamos beber.