Es común compartir la experiencia de haber tenido una maestra, un maestro que nos dejó una huella profunda que aún hoy reconocemos. Y es que se puede ser docente comprometido con la educación actuando únicamente en el aula propia. Sin embargo, creo que el agente educador principal es el propio centro y que una de sus competencias más valiosas es vivir entre iguales. De este modo logramos que la escuela sea una organización inteligente que aprende.
Ser docente es conjugar la primera persona del plural. Si el centro entero emprende una misma idea somos más eficaces al convertirse en protagonista del hecho educativo. Es preciso, entonces, el compromiso de llegar a ser una institución inteligente, con talento. Una organización fértil en la que un grupo de personas, extraordinarias o no, que comparten una idea y alcanza resultados relevantes al aumentar las capacidades de los individuos.
Dos ideas nos definen: el amor por las cosas bien hechas y el sentido del deber.
He conocido a decenas de docentes que se esmeran en hacer muy bien su trabajo, poniendo empeño y tenacidad en su tarea y que me han enseñado las razones para dejarse el alma en el camino.
En segundo lugar, he aprendido que dar ejemplo de trabajo, esfuerzo y generosidad es el norte de muchos docentes, así como hacer un elogio del deber, que tiene valor de valor. A él le doy toda la importancia porque creo en su verdad, porque es algo que nos significa y nos dignifica.