Cambia el rumbo el caminante (Heraldo Escolar) Foto: Jaime Perpinyà
Lo viví. Hace veinticinco años en mi centro se detuvo el tiempo. Durante un curso nos miramos, reflexionamos ordenadamente, nos hablamos unos a otros y experimentamos cómo ser autónomos, reconocer nuestras capacidades y aprender mutuamente nos hacía más libres, más capaces.
Dejamos de ser meros ejecutores de instrucciones que venían “de arriba”, asumimos riesgos y exploramos nuevos caminos sin abandonar nuestra cultura de centro.
Nos habla F. Imbernón de la necesidad de “cambiar el valor de uso del espacio, del tiempo y de la organización en las escuelas para crear ambientes más flexibles y adecuados para diferentes situaciones de aprendizaje”, Esta idea, escrita hoy, ya la manejamos en aquel momento. Buena noticia; mala noticia. Buena porque ya entonces se veía el sendero a transitar; mala porque aún hoy se presenta como camino por recorrer.
Aunque por fortuna abundan las experiencias esperanzadas y esperanzadoras, también cunde la desmotivación entre el profesorado. Los docentes somos materia sensible que no siempre trabaja en las condiciones más adecuadas. No hay soluciones mágicas pero muchos apostamos por sostener las fortalezas de cada comunidad, en torno a las que se articulen los proyectos educativos que nacerán del conocimiento de nuestras necesidades y posibilidades.
En nuestra experiencia fue determinante el autoconocimiento y el descubrimiento del entorno. Y allí y así nació un ecosistema que bebía del pasado para alimentar el futuro. Allí y así aprendimos a aprender.



