Vaya por delante, amigo Luis, que escrito quedó este texto compañero horas antes de acordar su llegada con este invierno traidor y olvidadizo.
Un invierno que nos ahoga las tardes y entiende de noches eternas. Quizás por eso vemos su visita como una luz deseada en medio de tanta nube.
Y veo que viste usted voz de lana inglesa, de corte clásico, que suena en esta sala con la elegancia natural que todos le suponíamos.
Su mirada cheviot aporta el toque europeo que ahora nos toca vivir, si bien prefiero fijarme en esas manos de cachemire, pues las imagino cálidas y suaves al tacto, que espero poder comprobar.
Sus palabras, tejidas con el mejor mohair, descubren una brillantez inusual en días como hoy mientras que su gesto, que se propone fiel y generoso, aporta esas gotas de chiffon propias de la noche más complaciente.
Si pudiéramos acercarnos tal vez comprobaríamos que la barba que luce, tímida como una sombra involuntaria, ofrece destellos de juventud experimentada y uno acaba por creer que detrás de esa frente valiente y expuesta hay un hombre que es capaz de viajar hasta el Aragón tambor para decirnos: “Hay quien vende suspiros para buscar la gloria que podemos encontrar si algún día volvemos a Venecia».
Y sobre todas las cosas para poder decir: Señoras, señores: “Aquí un amigo”.