Vuelta al cole. Después de unas vacaciones disfrutadas, el reencuentro. Nuevas y buenas noticias, como el nacimiento de una hermanita o la alegría de saber que mamá está embarazada. O esos días de juegos y encuentro en el pueblo o en la playa. Sonrisas y palabras que se encuentran las unas con las otras para construir lo que llamamos asamblea. Es el momento joven del día y lo disfrutamos con ese calmado alboroto que nos viene muy bien para empezar el día.
Es día de libros, historias, magia. Celebramos el 23 de Abril. Talleres de cuentos, actuaciones teatrales con los papás y mamás de actores, visitas al mundo de la fantasía. El mejor argumento es hacer de los libros nuestros compañeros de viaje.
Conversamos. Es habitual que hablemos del futuro, que hagamos previsiones, que imaginemos cómo estaremos el curso que viene.
Y luego está la política. No hay dinero. Lo dicen los gobernantes, nuestros representantes, esos a los que elegimos para que se hagan cargo de la res pública. Y lo leemos en un periódico: «Rechazada la moción para dotar de presupuesto a programas de bilingüismo». ¿Rechazada? ¿Presupuesto? ¿Bilingüismo? Hum, de nuevo debatiendo de algo importante con el firme propósito de llegar a desacuerdos. Y lo hacen muy bien. Lo de firmar el desencuentro, digo. De nuevo, pues, viejas sensaciones.
Y es que implantar el bilingüismo en una escuela es algo más, mucho más, que decidir que a partir de ahora vamos a ampliar el número de horas de o en inglés (que no es lo mismo) a la semana. Por ejemplo, de ello hablo en mi artículo «Proyecto Bilingüe: Making friends / Haciendo amigos» publicado en 2008 en la revista TE de CCOO, en un momento en que aún no había llegado hasta nosotros / vosotros esta fiebre bedosista que amenza con acabar con muchas cosas, sean buenas o no. Léelo y me dices.
