A seis años del último abrazo de Juan Perpiñá.

Te diré, Juan, que es un día de sol de cielo adentro. Es, quiero dar gracias, el mismo sol que cubría el cielo aquella tarde que es esta tarde. Hace seis años y nada y todo ha cambiado igual que todo y nada sigue igual.

  No pasa un día sin tenerte con nosotros. No hay día que acabe sin una sonrisa acompañada de tu recuerdo. Así ha sido desde tu último abrazo y así será hasta el encuentro. Mientras tanto, el mar es más mar porque a su orilla se acuesta quien sabe reír como tú le enseñaste y lleva en el corazón las mil razones para vivir que le regalaste. El mar, tu añorado sendero de sal y luz que elegiste navegar por siempre en la barca de amor construida con el abrazo de los tuyos.

   Hoy, Juan, querido Juan, es el momento de respirar de nuevo el viento común. Con tu voz seguimos soñándote, con tu alegría sembrada de frases hartas de vida, con tu serena pasión derramada sobre la arena alma Sorolla. Pero siguen fértiles tus mil semillas derramadas sobre ese corazón joven y coraje que cada día hace más profundas sus raíces en la tierra que te hizo nacer. Y él sabe que eres tú su guía, y yo sé que en las calles de tu ciudad, de su ciudad bebe la melodía de las conversaciones que teníais y que volveréis a tener. Y que tenéis, sospecho, pues quiero creer que como sigues en nosotros vives en él.

Y el mar, dije. El Mediterráneo amigo, padre, amante, hijo, cómplice. El mar compañero de viajes imposibles, de viajes de deseo inconfesado, verso azul que cobija en su espuma la piel y el alma de quien tanto amó y a quien tanto quisimos. En él habitas y al compás de sus dulces olas susurras nuestros nombres para que nuestro sueño limpie el atardecer compartido. Y en él descansaremos, te lo prometo, para hacer más llevadera la noche bañada de luna.

   Llega la noche. He paseado por la  mañana, he saboreado la brisa de la tarde y he vuelto a sentir el mismo calor que me abrazó hace seis años. Hoy, es verdad, he custodiado las lágrimas que no nos dejaste derramar y he preferido alegrarme con el recuerdo de tu risa, de tu inacabable amor a la vida. Danos un momento, Juan querido, y dile al cielo infinito que somos tus fieles aliados, los que nunca dejaremos que el camino se acabe. Dile al cielo emocionado que tu vida sigue acostada en las laderas de tu voz, Juan querido. La voz que nos ayuda a seguir el viaje que emprendimos contigo. Contigo.

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