Sí, hoy escribo sobre esos navíos tripulados por un puñado de “elegidos” que viven una incierta travesía hacia lejanos puertos. De inicio desconocen la eslora del bajel, la extensión de las velas y el talante del capitán o capitana (presidente/a). Sin embargo, esa persona gobernará una tripulación (vocales) que confía en ella ciegamente y junto a la que compartirán el viaje que les lleve a una Ítaca anhelada.
La situación ofrece perfiles muy humanos. Se constituye el órgano y tras unas primeras miradas pudorosas la presidencia pone los puntos de la ley sobre las íes de la desorientación. Al poco el suave perfume de la responsabilidad invade la estancia y asumimos que la sociedad a la que servimos nos pide que evaluemos a quienes persiguen un sueño que conocemos muy bien, pues fue el nuestro.
Y surgen las dudas. Y nacen los miedos. Y crece la incertidumbre. ¿Lo haremos bien? ¿Qué valoraremos y cómo? Y la esquinada y clásica cuestión: ¿qué derecho tenemos a decidir sobre el futuro de nuestros iguales? Las respuestas llegarán. Lo sabemos quienes ya hemos vivido esa experiencia (yo mismo hasta en tres ocasiones). Por eso quiero transmitiros a los tripulantes de los cientos de veleros llamados “Tribunal” mi apoyo y mi simpatía. Enfrentaréis oleajes inesperados y combatiréis vientos diagonales, pero el cariño, el esfuerzo y el compromiso con que váis a afrontar vuestra tarea dignificarán el trabajo, la esperanza, la vocación y la opción de vida de las y los docentes opositores. A todas, a todos, pidamos que el camino sea largo.