(Este artículo lo publiqué en mi blog el 19 de julio de 2012)
Los países que crecen encuentran en la exploración de la ciencia y el saber las palabras justas para escribir párrafos de progreso. Su futuro está escrito en el alma de sus hombres y mujeres porque invierten en investigación y hacen del estudio y el desarrollo científico el motor que les permite avanzar. Esos países descubren nuevas formas de crecimiento y soluciones a los problemas que la vida nos presenta como retos a veces insalvables, a veces superables.
Los días son ahora largos y negros. No hay mañana que no despertemos agredidos por decisiones lejanas que nos duelen como arañazos salvajes. Ya quedan lejos los amaneceres claros y ahora lo que cuentan son los pasos de los mineros en lucha y las palabras de los maestros en defensa de lo público. También las voces de los trabajadores que ven morir el progreso y las horas que mueren en cada familia sin recursos. Se diría que la noche gobierna las vidas de quienes no tienen arte ni parte en este desastre que nos agota hasta el desánimo. Se diría que lo que ayer era ilusión y futuro ahora es tristeza y miseria.
Seguramente dentro de unos años revisaremos las hemerotecas. Entonces comprobaremos, melancólicos, que hubo un tiempo en que luchamos por sostener un mundo en el que habíamos creído. Un mundo por el que habíamos luchado con ahínco y fe en lo posible. Sin embargo, también es probable que reconozcamos que hubo muchas razones en contra que impidieron que pudiéramos evitar la caída. Hoy, cada día contemplamos estupefactos cómo mueren una tras otra todas las conquistas sociales logradas tras años de trabajo y sacrificio. No pasa jornada sin que demos un paso atrás, pero también es verdad que de esta crisis, de este momento en que se hace necesario favorecer la reflexión tiene que nacer un mundo nuevo. En él nopuede haber lugar al despilfarro ni a la corrupción. En él deben residir otros valores morales que gobiernen la cosa pública y donde no sólo los ciudadanos sino sus gobernantes actúen con honestidad, razón y lealtad hacia el pueblo.
Son muchas las voces que claman por la necesidad de una regeneración ética de nuestra sociedad. No se puede sostener ni un minuto más los modos de gobernar y gobernarnos que han regido nuestro destino hasta el momento. Por eso la oportunidad que la crisis sistémica que estamos sufriendo nos ofrece de reflexión y acción tiene que ser aprovechada por todos. El movimiento de los indignados es plausible pero se está mostrando como ineficaz para romper la endiablada dinámica en la que nos movemos; la reacción ciega y torpe de nuestros gobernantes no hace sino añadir desesperanza y tristeza a los ciudadanos. La política de austeridad y recortes hasta el infinito provocan más pesimismo y desánimo.
Si creemos en nosotros habrá alguna posibilidad de resurgir; por el contrario, si nos dejamos llevar por esta avalancha de medidas que los gobiernos están tomando y que está transformando la sociedad, sólo tendremos ánimo para ver la destrucción, sin ninguna oportunidad para intervenir sobre el futuro. Esto debe traducirse en considerar cómo hemos vivido hasta ahora y cómo tenemos que empezar a buscar un nuevo estilo de vida. Es posible que sea preciso mantener el espíritu de lucha social, pero ante todo y sobre todas las cosas lo importante será cambiar nosotros mismos. Uno a uno, para así, sumando todos los procesos de transformación personal, construir la nueva sociedad.
Nada será como antes. Nada va a ser igual. Lo que antes ocupaba un lugar de preferencia en nuestra escala de valores ahora, sencillamente, desaparece para darle paso a una nueva forma de estar en el mundo. Un nuevo hombre, una nueva mujer. Ocupados, comprometidos, firmes en nuestro camino: así debemos mostrarnos, así debemos permanecer. Así, pero nunca rendidos, ni apaciguados, ni iracundos, pues la cólera nos hace débiles y nos convierte en blanco del poderoso. Y ese paso, el de la indefensión, es el último que tenemos que dar.