– ¡Uf! La verdad es que hablan mucho y no consigo que me escuchen cuando les hablo. ¿Qué podemos hacer?
Es posible que esta conversación se haya producido hoy en todos los colegios aragoneses al menos una vez. O probable. Y eso no quiere decir que no haya soluciones. No hay una única, pero sí pequeñas decisiones que, juntas, pueden ayudarnos a rescatar la atención de nuestros chicos y chicas. Estas son algunas que podemos tener en cuenta.
1. Entrar en el aula todos juntos solo después de esperar a que el grupo se calme y esté dispuesto. Estaremos en el aula como nos encontremos antes de hacerlo. Si estamos calmados así nos disponemos a convivir después.
2. Comenzar las sesiones con rutinas acordadas que los alumnos hacen suyas. En nuestro caso nos hemos fijado un objetivo: en cuatro minutos tenemos que estar preparados para comenzar nuestra primera acción. La nuestra consiste en expresar uno por uno cómo nos encontramos y decir por qué mientras el resto de la clase toma nota en un cuadro de doble entrada. Después siempre cantamos dos canciones ue nos hemos aprendido muy bien en algún momento.
Para que este comienzo funcione, tenemos en cuenta:
– ser puntuales
– que los alumnos ocupen su espacio en el tiempo acordado
– tener preparados los dispositivos y los materiales necesarios con antelación
– disponer una actividad sencilla para comenzar. Puede ser una ficha, una canción, un poema recitado en grupo, una pequeña coreografía, copia de un pequeño texto significativo…
Con esto creamos una atmósfera de calma y atención.
3. Convenir entre todos que para que haya comunicación tiene que haber concentración. Si hay chicos/as hablando al mismo tiempo la comunicación pierde calidad. Por eso hay que esperar para empezar a hablar que el grupo esté concentrado. ¿Cómo se consigue?
– hay que personalizar los mensajes. Si un niño/a habla y molesta nos dirigimos a él por su nombre en un tono calmado y asertivo. La advertencia en grupo no es una buena opción.
– acordar que el silencio es un buen amigo de la comunicación. Por eso es una sugerencia razonable hablarles solo cuando tus alumnos estén receptivos (en silencio). De este modo es el adulto quien maneja los tiempos y gestiona el momento.
– si un alumno/a perturba nosotros nos desplazamos hasta él y le hablamos de forma personal.
4. Tenemos que estar despiertos y evitar o anticiparnos a todo aquello que nos perturbe. Algunas medidas que nos ayudan (por lo menos a nosotros):
– propiciar orden y limpieza en las mesas y la sala en general. Este es un aspecto no menor, sino que alimenta la comunicación, facilita la buena relación y aporta calma y confortabilidad.
– cuidar mucho las transiciones entre sesiones. Es un momento mágico y de gran significado. Hay que buscar muy buena sintonía entre adultos.
– disponer el mobiliario de manera que facilite la atención. Nos gusta mucho crear un espacio de encuentro (asamblea), por lo que la colocación del mobiliario gira en torno a ese lugar.
5. Agrupar a los alumnos según criterios de participación positiva. Los alumnos más disruptivos deben estar en lugares accesibbles para el adulto, por si necesitamos acercarnos a ellos en algún momento.
6. Felicitar a quienes muestran una disposición positiva en el aula, evitando convertir en protagonista a aquel que perturba y ofrece aportaciones negativas.
Estas propuestas las he ido incorporando a mi práctica a lo largo del tiempo. La constancia, la perseverancia y la paciencia son mis compañeras. Hay momentos de flaqueza, pero la experiencia me dice que son buenas compañeras en nuestro día a día y por eso comparto aquí, bien seguro como estoy de que tengo que seguir investigando, leyendo, aprendiendo, escuchando y experimentando. Pues es bien cierto que en esta hermosa aventura no importa el destino, no nos distrae el punto de llegada, sino lo que el viaje nos regala día a día.