En mi currículo profesional tengo señaladas varias aulas ubicadas al final de serpenteantes carreteras en medio de paisajes tan bellos como el silencio. Hablo de la escuela rural, universo transformador, ecosistema amor a la vida. He sido maestro en varios pueblos y cuando expresas que lo has hecho por decisión propia despierta la extrañeza y, a veces, la sospecha. Y se levanta un invisible muro de incomprensión difícil de franquear.
Defiendo la idea de superar ese sentimiento de ternura que despierta la escuela rural al que no acompañan decisiones valientes con espíritu de permanencia. Los tiempos de los docentes entregados pero abrazados a la soledad deben quedar atrás. Por el contrario, apoyemos propuestas que ya son una realidad en nuestras escuelas como las que nos ofrece Diego Sobrino. Iniciativas como llegar a la calidad educativa con metodologías activas, usar el patrimonio etnográfico, conectar lo local con lo global, ser espejo de escuela inclusiva, cercanía con la comunidad educativa y trabajar por la mejora del entorno. ¡Ah¡ Y la estabilidad del profesorado.
Sean bienvenidas aquellas actuaciones que contribuyan a generar proyectos comunes para no volver a escribir dedicatorias como la que leemos en los créditos de “Hoy no pasamos lista”: “A esos maestros rurales que sin regatear sacrificios llevan la luz de la cultura hasta los pueblos más apartados de España”. Como el Don Manuel que nos regala Fernando Fernán Gómez. Como tú. Como tantos.
