(Este texto pertenece el artículo “La escuela del futuro nace en la sociedad de hoy”, que publiqué en la Revista Fórum Aragón, nº 19, en noviembre de 2016)
La sociedad no está bien informada en temas de educación. Se sabe muy poco sobre la vida de los colegios e institutos y las informaciones que se manejan son, en general, inexactas y muy superficiales.
Seguimos viviendo con medias verdades, mensajes incompletos e importantes vacíos. Esto permite que haya un gran distanciamiento entre los centros educativos y la sociedad a la que sirven. Los medios de comunicación suelen hacer un tratamiento tópico, mientras que las buenas prácticas educativas aparecen en suplementos que sólo leen los profesionales del ramo o, como mucho, breves sueltos para informar de un premio logrado por un colegio, en el mejor delos casos.
Es preciso que los centros hagan llegar a la sociedad su labor y sus logros. Los trabajos y los días de tantos y tantos profesionales dedicados en cuerpo y alma a la enseñanza. Con su esfuerzo consiguen que cada día, cada trimestre, cada curso miles y miles de estudiantes terminen sus estudios habiendo logrado los objetivos propuestos. Ese trabajo tiene que ser conocido, tiene que llegar al corazón de la sociedad y hacer vibrar a cada familia, a cada gestor, a cada ciudadano.
Que sepan que aquí se trabaja mucho y bien y que la falacia se ha hecho verdad. Se habla de “recuperar la cultura del esfuerzo”, como si aquí hubiéramos estado instalados en el vagabundeo pedagógico durante las últimas décadas y eso, si me apuran, es una infamia.
Es preciso que los centros educativos se crean que su trabajo debe ser conocido y reconocido. Para que eso sea así hace falta un esfuerzo constante para hacer llegar nuestro mensaje. Y no hay mejor mensajero que nosotros mismos. La escuela debe salir a la calle para decirle al viento del progreso que hacemos mucha falta. Mucha más falta que las leyes que se empeñan en inventar cada cuatro años ministros y consejeros.