A lo largo de mi vida profesional he tenido una excelente relación con ellos, con ellas, de quienes he aprendido y por los que me he sentido muy acompañado. Con estos adjetivos he descrito su labor: colaboradora, dispuesto, comprensiva, accesible. Todos ajustados, aunque sean los grandes desconocidos.
En un encuentro educativo una de ellas compartió con el auditorio su primera experiencia profesional. Recordó que cuando llegó a mi centro le dijimos: “Aquí cuidamos a la gente”. Ese gesto me dio la medida de la dimensión de su labor. Si guardaba en su memoria ese detalle tenía que ser alguien de una gran sensibilidad. No habló de currículo, ni de legislación: lo más importante eran las personas. Pero continúan lejos de ser bien conocidas.
Años después he tenido la fortuna de mirarlos de cerca a los ojos y mi respeto se ha enriquecido con su afecto. He compartido interesantes (nunca interesadas) iniciativas, labores y empresas con apellido de progreso. Inolvidables encuentros, en fin. No obstante, su imagen es poco conocida.
Sus funciones son evaluar, supervisar y asesorar. Y hoy, añade José M. Cabrera, presidente de Adide, “también impulsar la reforma educativa” y pedir que “se proporcione a los centros otro tipo de profesionales que ayuden también en lo social”. Las palabras de quien representa al colectivo de la inspección son, fortuna nuestra, una invitación a que la comunidad educativa aproxime sus navíos a este puerto imprescindible. Yo la acepto.