

Hablamos del profesorado, ¿recuerdas? Pues bien: hablemos ahora del alumnado. Y en su nombre, de la escuela del mañana, que tiene futuro si es una escuela para todos. Así podremos referirnos a la verdadera reforma, la auténtica revolución pendiente. Una escuela bella por ser confortable, estimulante y fascinada por el saber. Presta a la escucha, libre de verdades, dispuesta a la diversidad.
Es un recorrido por la esperanza en el que nos encontraremos nuevas formas de estar juntos, de agruparnos. ¿Según capacidades específicas, teniendo en cuenta los intereses y la historia de grupos e individuos? Buenas ideas. Y procurando que todos podamos participar en la comunidad, propiciando una actitud investigadora que ayude a encontrar soluciones.
Y el currículo. ¡Ah!, el currículo. Jaume M. Bonafé sintetiza nuestra posición: “La escuela del futuro será la escuela del reconocimiento de la experiencia”. Sí, la escuela “tomará como base la vida cotidiana con las vivencias del sujeto como núcleo central”. Una buena palanca para activar la reforma. Espera, mejor: un abrazo a la evolución.
Por acabar, lo hacemos con unos bellos puntos suspensivos. Modificando el foco, porque los avances del conocimiento y del saber y el desarrollo de la tecnología son melodías de transformación: si podemos cambiar las cosas, ¿por qué seguir haciéndolas del mismo modo? Porque si las reformas son hijas de la norma, verdad contra verdad, la evolución es alma humana. Y esta no admite debate.