A punto de comenzar un nuevo curso escolar las piernas de nuestra sociedad comienzan a temblar. La razón es que antes de que acabe habremos celebrado elecciones municipales y autonómicas y eso significará que puede haber cambios en el gobierno. Y eso quiere decir, también, que uno de los edificios que se tambaleará si hay alternancia será, seguro, el de la educación. Somos así.
Si gana la derecha la nueva ley de educación, esa que no enamora, respirará un poco a la espera de las elecciones generales; si gana la izquierda asistiremos a un proceso de deconstrucción para desandar lo andado. Y vuelta a empezar.
Personalmente no me inspira demasiada inquietud este postureo legislativo al que nos tienen acostumbrados nuestros gobernantes. Y es así porque creo que la educación es algo muy importante cuyo desarrollo no depende del legislador, sino de sus protagonistas: profesorado, alumnado y familias. En España, en esta Iberia que no puede mirarse al espejo cada mañana porque es incapaz de reconocerse como comunidad solidaria, nos vendría muy bien abandonar el afán doctrinario en las escuelas y preocuparnos de una vez por todas de lo que de verdad importa: hacer que el sistema educativo español tenga calidad y responda a lo que la sociedad necesita.
Por ejemplo: los centros educativos deben tener un proyecto educativo muy bien definido y que lo identifique ante la sociedad y la responsabilidad de su desarrollo debe recaer en la dirección. Por supuesto, los directores deben poder formar parte de un cuerpo al que se accede después de haber cumplido satisfactoriamente su función. Cada centro debería ser evaluado por la administración educativa y el profesorado debería formar parte del proyecto de cada centro mediante compromiso formal y evaluable. Además, el profesorado debe poder tener la posibilidad de promocionar profesionalmente, pues el actual estancamiento es dañino y apaga la pasión al no haber posibilidad de prosperar laboralmente.
Por ejemplo: España tiene que abandonar el vaivén legislativo. No nos hacen falta nuevas leyes. Es más, es un problema añadido que impide que podamos mejorar. Mientras la clase política y la sociedad sigan pensando que la educación es un arma cargada de pasado seguiremos teniendo un problema. Los maestros y maestras no necesitamos tsunamis ideológicos. No cambiamos nuestra forma de enseñar o de estar en el mundo de junio a septiembre porque entre una nueva ley en vigor. Lo que nos hace falta es estabilidad, formación y proyecto.
Por ejemplo: el profesorado tiene que ofrecer una imagen de compromiso, seriedad y sabiduría. Somos un colectivo relativamente bien valorado por la sociedad (81 sobre 100) y contamos, en general, con su apoyo. Sin embargo, se sabe muy poco de nosotros. Casi nada. Hace falta una labor de divulgación de lo que somos, por qué lo somos y cómo vivimos nuestra profesión. En los últimos años se ha llevado a cabo una tarea de información de lo que se hace en la escuela pero nada o casi nada para que se nos conozca mejor y, así, se nos entienda mejor. Esta es, sin duda, una de las grandes asignaturas pendientes de nuestro sistema educativo.
Tres ideas, pues. No son las únicas y, desde luego, solo con ellas no mejoraremos, pero ayudaremos a caminar en una dirección diferente. Porque cuando algo no funciona bien, habrá que buscar nuevos caminos, ¿verdad?