Hoy hay sol en la mañana, Juan. Hoy, sí. Hoy tenemos la piel iluminada por la caricia de tanta luz. Ya sabes, Juan, que somos militantes de la vida y por eso mismo cada día le damos las gracias por sentir su amor.
Y qué cálido es tu recuerdo cada minuto. Ya sabes, porque lo sabes, lo sé, que nos tienes atrapados en tu memoria y hoy más que nunca. Cuando estamos todos otra vez en el mismo sitio, bajo el mismo cielo, con la misma emoción con que nos hiciste saborear esta hermosa aventura del ser. Hoy es un día más sin ti, pero es un día en que podemos decirle a las olas del Mediterráneo que todo ha merecido la pena. Todo lo que nos diste, todo lo que ganaste con tu fortaleza, tu alegría, tu capacidad para ser más humano que el más humano, lo guardamos y lo cuidamos porque es tu legado, la herencia que nos dejaste y que siempre nos acompañará.
Hoy hace más de mil días de aquella tarde de octubre. Recuerdo, ya lo he dicho tantas veces, cada hora, cada minuto que nos llevó hasta tu silencio, cuando cumpliste lo que llamabas la plácida espera. Será por siempre, para siempre, la tarde en que cerraste tu mundo en la tierra para abrir nuestro cielo en el mundo. Con tu serenidad, con tu alborotada apuesta por el calor de quien tanto te amó nos quisiste decir que cada brizna de viento es un motivo para la esperanza y hay tanto que respirar que no me duele el dolor. Gracias a ti.
La Malvarrosa está bonita. Cuando la paseamos ahí estás tú, ahí está tu futuro, el nuestro. Cerca de su arena oímos tus palabras, las que le regalaste a ese mañana, al xiquet que lleva tu sangre y tu enseñanza. Cuánto aprendemos cada día cuando te traemos hasta nosotros. Cuánto volvemos a quererte. Eres tan inolvidable como la memoria y cuando ya eres libre del todo es cuando mejor te comprendemos. La Malvarrosa, te digo, está preciosa y el mar ocupa cada calle de tu niñez, que lo sepas, porque en ellas está tu voz. Y hoy, Juan, otra vez nos la quedamos.
Este blog que no sé quién lee es nuestro rincón favorito, en el que conversamos y en el que puedo decirle al mundo, cada cuatro de octubre, que fuiste un hombre de arriba a abajo, que me enseñó que nos queda todo por aprender y que en cada esquina del firmamento hay una palabra que nos dice que la vida es principio y también fin, como este atardecer que me calma con su dulce penumbra. Zaragoza comienza a despertar a su fiesta, aquella por la que tanto hiciste en los años cincuenta, y esta marea de alegría me seca las lágrimas que nunca quisiste que derramáramos por ti. Por el padre, por el marido, por el abuelo, por el tío, por el amigo. Vives viviendo en nosotros.
– A dos años del adiós de Juan Perpiñá